lunes, 23 de noviembre de 2009

Mario

La cuatro de la tarde, sólo dos horas para ir a trabajar, ¡qué corto se hace el tiempo –piensa Mario- tumbado en el viejo sofá azul de la sala. Estoy cansado de este trabajo y aunque no es un mal trabajo, necesito más.

Mario es un joven de 25 años que vive lejos de su país y de su familia, aunque no así de sus amigos. Decide subir a su habitación a fumar y relajarse. Dos horas, sólo dos horas –piensa Mario. Sube las escaleras de la vieja casa victoriana; la habitación de la derecha es la suya, la de la izquierda es de Jorge y la del fondo de Óscar. Un colchón en el suelo, un escritorio junto a la ventana, una estantería con libros y trastos, un armario, una cómoda, y su rincón favorito: un viejo sillón azul de orejas con una pequeña mesita rectangular en frente. En ella, una lamparita de pie, una radio y algunos discos que ya son de confianza.

Mario entra en la habitación, quiere descansar o quizá no pensar, pero los recuerdos lo aprisionan. Sus regalos: la agenda, los sobres y sobre todo, aquella carta de despedida que años más tarde seguiría guardando. Encendió el stereo para escuchar aquella canción que tanto le relajaba... le relajaba porque ahora ese CD también le recuerda a ella, a su cuerpo, apacible y dulce. Recordaba su cuerpo que al unirse con el de ella parecía convertir cada encuentro en un ritual mágico. Cada noche que pasaban juntos fue especial. Nunca había estado con alguien así, pero ella ahora no estaba, y a Mario sólo le quedaba la confusión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario