jueves, 18 de noviembre de 2010

1 de junio

Y sucedió que no buscabas.

De entre tus manos desnudas
se había derramado la pasión
que antes llovía en cascada.

La ciudad te había envuelto en un manto gris
y un velo oscuro cubría tu mirada.
Tu sonrisa era simple, pero no sencilla,
tu mirada era opaca que no turbia.

Ellos y sus maldades, o
serían ellos y sus rezos capitales,
con sus trajes y corbatas,
con sus uniformes y sus calles
habían conseguido disfrazarte con lemas y necedades.

Buscaste en el espejo.
Buscaste en tus huellas.
Y recordaste… que un día fuíste ella.
Y saliste a la calle y volviste seca,
y fuíste a la habitación, y a la sala, y a la balconera,
y fue allí que recordaste
un pedacito de lo que eras.

Fue en aquel instante, al leer aquel retrato
cuando un ardor recorrió tus venas.
Volvieron las dunas saladas,
tus ojos se enturbiaron
y tu mirada dejo de ser negra.
Entonces recorriste las cortinas
grises, necias y opacas y decidiste
que aquel libro dormiría siempre en tu cama.

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